Una pérdida repentina del olfato podría ser una señal de advertencia temprana de demencia. Es clave tenerlo en cuenta ahora, cuando el síntoma relaciona con la pandemia de coronavirus, lo que podría conducir a un diagnóstico incorrecto, o bien, que se pase por alto.
En el pasado, los estudios encontraron que una pérdida gradual del olfato es una indicación del riesgo de demencia, pero ahora creen que el deterioro rápido también podría ser una señal. La investigación realizada por un equipo de la Universidad de Chicago en los Estados Unidos involucró a 500 adultos mayores de 70 años y los monitoreó durante 20 años.
El profesor Jayant Pinto, autor principal del estudio, señaló que el trabajo es otra pista que indica un vínculo entre el olfato y la demencia. Él está pidiendo que las pruebas de olfato sean rutinarias para las personas mayores, de la misma manera que se someten a exámenes de audición y ojos.
El olfato puesto a prueba
Las pruebas de olor son una forma económica y efectiva de evaluar la capacidad olfativa de un paciente en una clínica. Los palillos utilizados se asemejan a los bolígrafos de punta de fieltro, pero cada uno está infundido con un aroma distinto y se le pide a la persona que lo identifique entre cuatro opciones.
El olfato es con frecuencia un sentido pasado por alto que no se considera tan importante como el oído o la vista. Sin embargo, desempeña un papel vital, entregando información al cerebro de una manera diferente a otros sentidos. Dado que la memoria permite a las personas reconocer los sentidos, tiene lógica que haya un vínculo con el deterioro cognitivo.
Hay una serie de teorías sobre lo que puede causar demencia y entre ellas se encuentran los ovillos de proteína amiloide en el cerebro. Los estudios mostraron que estos signos aparecen primero en áreas del cerebro que son responsables de las tareas olfativas y de memoria.
Rachel Pacyna, autora principal del estudio, lo resumió: “Nuestra idea era que las personas con un sentido del olfato en rápida disminución con el tiempo estarían en peor forma, y más propensas a tener problemas cerebrales e incluso el propio alzheimer, que las personas que estaban disminuyendo lentamente o manteniendo un sentido del olfato normal”.
Continuaron investigando esta teoría con participantes que vivían en hogares de adultos mayores, que fueron evaluados cada año en sus habilidades para identificar olores. También se midieron para detectar signos de demencia, y algunos se sometieron a resonancias magnéticas.
Los puntajes de las pruebas olfativas se trazaron en un gráfico para su análisis e identificación de tendencias. Se encontró que los participantes sin síntomas clásicos del mal de Alzheimer, pero que experimentaron una rápida pérdida del olfato, tenían un 89 por ciento más de probabilidades de desarrollar afecciones cognitivas que aquellos que perdieron gradualmente su sentido del olfato.
También se encontró que hay vínculos entre una fuerte pérdida de olfato y un volumen reducido de materia gris en áreas del cerebro asociadas con la memoria, en comparación con aquellos que perdieron el sentido más lentamente. El riesgo en estos individuos es similar a aquellos con el gen APOE-e4, que hace que las personas estén predispuestas a la enfermedad de Alzheimer.